Director, productor, guionista y actor francés, a quien se debe buena parte de los éxitos del cine de este país de los últimos años. Su verdadero nombre era Claude Langmann, uno de esos fenómenos del cine capaces de ser valiosos en todas sus facetas y con fino olfato profesional. Una de sus primeras películas como director, El viejo y el niño (1967), autobiográfica, narraba las peripecias de un niño judío recogido por una familia antisemita durante la II Guerra Mundial, siendo aplaudida con entusiasmo por un joven François Truffaut, ya que la película le había producido un placer intenso. Sin embargo, no todos los críticos de su generación compartieron el mismo juicio. Siguieron otras películas de tintes autobiográficos, Mazel Tov o el matrimonio (1969), Le pistonné (1970), junto al cómico Coluche; Sex-Shop (1972) y Papá, ya no soy virgen (1976), que bastantes críticos consideraron frías y académicas. Claude Berri, como director, no fue siempre querido por la crítica francesa, a pesar de títulos tan notables como La venganza de Manon (1985), El manantial de las colinas (Jean de Florette, 1986) o Germinal (1993), consideradas como las más caras del cine francés, y a pesar también del enorme éxito de público que lograron y de los premios que obtuvieron. Sus trabajos fueron seleccionados numerosas veces para distintos galardones. En este sentido, su carrera no pudo comenzar mejor, obteniendo el Oscar al mejor cortometraje por Le poulet en 1962, su primer filme. Es cierto que sus películas como director miraban ante todo a la taquilla, mientras que como productor respetaba el trabajo ajeno, aunque, eso sí, con talante de hombre autoritario. El león del cine francés, como se le conocía, o el padrino, según otros, fue un cineasta completo, uno de esos insustituibles monstruos del cine, figura que en nuestros días va desapareciendo, cuando se reemplaza a los productores de verdad por simples financieros.